No hay nada como sentirse capaz coger una mochila y salir a recorrer nuevas tierras. Una verdadera mezcla de sensaciones, que te hacen sentir vivo. Cambiar la comodidad de tu casa, tu trabajo y tus amigos, por lo incierto, te permite abrirte a lo desconocido y entender un poquito más de este mundo lleno de sorpresas. Latinoamérica es una jungla de contrastes, ruidos, colores, olores y sabores, que despiertan pasiones. Se necesita mucho coraje para atreverse a caminar y seguir caminando. Pero es una experiencia que seguro te cambiará la forma en que te relacionas con las personas y sobre todo te hará apreciar más la vida. Después de varios caminos recorridos sé que siempre tendré impregnado en la piel el bichito por conocer nuevos horizontes. Porque así fue cómo surgió mi gran pasión por la fotografía que hoy agradezco al camino que supo guiarme.
La primera vez que viajé sola tuve que afrontar el gran miedo a lo desconocido, que la verdad me hacía temblar. Porque ese gran miedo estaba muy enraizado sobre emociones muy profundas y no era otra cosa que afrontar mi propia vulnerabilidad a encontrar mi soledad. Entre las ganas por viajar y la incertidumbre de hacerlo, mi ilusión logro tener más peso. Y así mis sueños me llevaron por primera vez al gran Salar de Jujuy. Nunca había visto nada igual, el desierto de sal era en ese preciso momento una perfecta analogía a en vida sentimental; hermosa, imponente pero árida. Este viaje me toco muy profundo, cuando llegué a Salta después de varias horas de recorrido en bus y me recibieron con las manos abiertas entendí un poquito más a fondo el gran amor a las raíces, a sentirse parte, a pertenecer.